Era una noche de mayo lluviosa en un principio y luego con un cielo completamente estrellado cuando mi mejor amigo me vio por última vez. Me había dicho adiós con la más tierna de las miradas. Eran la 11:30 de la noche cuando Brandy, mi perrito color de oro, se había ido. Los perros de las otras casa también se despidieron de él cuando con todas sus fuerza restantes, el ladró por última vez y los demás le contestaron. Estaba sobre una cobijita roja que mi abuelito y mi abuelita le habían colocado para protegerlo, y ahí lentamente sus ojos brillantes se apagaron.
Estuvo ahí toda la noche y por la mañana lo enterraron. La tierra le hizo un bonito recibimiento, fue un día caluroso y con el cielo completamente azul, una nueva alma había entrado al cielo.
Cuando se fue tenía trece años y medio, al igual que yo. Habíamos crecido juntos y el me había acompañado los días mas tristes, pero también los mas felices. Habíamos compartido todo: infancia, dolor, alegría y hasta los juguetes y peluches.
II
Cuando llegué a casa de mi abuelita por primera vez, ahí estaba él, chiquitito, como yo, y su pelo, todavía no tenia ese intenso color dorado, en cambio lo tenía rubio, prácticamente blanco. Tenía los ojos gigantes y de un color café intenso, y solo me miraba en brazos y como era juguetón brincaba por que me quería ver.
Ya como al año y medio me dejaban bajar a verlo y jugar con el, claro siempre con un adulto cerca, yo lo tiraba y el me tiraba, luego como me enojaba le mordía el pelo, pero tal vez a el le gustaba porque se dejaba y no reclamaba nada.
Fui creciendo y se me metió la idea de entrenarlo, intente e intente, pero no logré nada, digamos que no era un perro al que le gustara competir, si no que solo juagaba, le lanzaba la pelota para que me la regresara pero solo la mordía y luego la enterraba sin hacerme el más mínimo caso. Alguna vez intente hacer que saltara a través de un aro pero ¡que esperanzas! Ni siquiera su cabeza pasó por el.
Una cosa que le encantaba hacer, era comer galletas, pero solo galletas Marías, era un perro muy consentido. Me imagino que para el lo mejor que le podía suceder era ganarse una galleta, se las comía con tal adoración, pero ¡tan rápido! que casi te arrancaba la mano. Comía de todo desde pollo hasta carne, pero lo mejor eran las galletas. Yo siempre le daba unas 10 o 15 cuando iba a visitarlo, pero mi abuelita me regañaba y me decía que se iba a enfermar del estómago, la verdad es que nunca le hice caso y le seguí dando todas las galletas que quise.
Otra cosa que le encantaba hacer era hacer hoyos en el jardín para enterrar sus huesos o solo por diversión, nunca supe. Cuando esto pasaba, el jardín quedaba destrozado y el quedaba lleno de tierra, pero nadie lo regañaba por que lanzaba una mirada de “soy inocente, yo no hice nada” tan tierna que lo único que podías hacer era acariciarlo y después irte sin haberle dicho algo.
Una cosa de la que me acuerdo era cuando mi abuelito se iba de viaje y lo dejaba. Primero cuando ya se iba se ponía a ladrar como loco, nadie lo podía parar. Cuando por fin paraba le entraba la depresión y ya ni la cola movía. Así estaba hasta que oía al taxi llegar y sabía que en cualquier momento mi abuelito iba a cruzar la puerta para hacerle unos cariñitos en su cabeza, Brandy se ponía feliz y no se quería despegar de mi abuelito.
Mi abuelita lo adoraba, siempre estaba preocupada por él, que si no bebió agua, o si comió mucho, lo cuidaba muchísimo era su gran adoración. En la comida siempre pedía dos panes tostados y los cortaba en cuadritos, podrías pensar que eran para ella, pero tres cuartos de ese pan se iban al estómago de Brandy y el cuarto restante al de mi abuelita y a veces al mío.
Todos querían a Brandy; mi mamá siempre le daba más galletas, mi papá lo acariciaba, mi abuelito siempre lo sacaba a pasear por las mañanas al parque que está a lado de mi casa y ahí brandy hacia muchos amigos con los que luego conversaba. Algunas veces se comía algo de comida o basura en el parque y entonces ¡si que se enfermaba del estómago! Pero cuando esto pasaba mi abuelita lo cuidaba y en unos días ya estaba mejor.
Cuando llegaba la hora de baño ese si era un problema. Cada mes venía una camioneta de un negocio llamado “El can contento” y lo subían para darle un baño, secarle el pelo, cortarle las uñas, y cepillarlo para luego ponerle dos moños en su collar, siempre de un color diferente. Una vez llegue a mi casa y me baje del camión, y vi la camioneta de “El can contento” así que decidí subir a esta para ver a Brandy. Estaba en proceso de secado, y el pobre ¡estaba amarrado con una cuerda y se resbalaba en la mesa de metal! Que bien me acuerdo de su mirada que te decía “llévame contigo ya no quiero estar aquí, ¡sálvame!” Pero no pude hacer nada por el, pero bueno por lo menos quedó muy limpio.
Hace como tres años le detectaron una especie de bola en el estómago, todos pensamos que se había tragado una pelota y no le dimos mucha importancia, además mi abuelita lo último que quería era internarlo. Así pasaron dos años y brandy hacía lo mismo: juagaba y nos demostraba su cariño con cada mirada. Pero hace poco empezó a cojear y ya no tenía la misma energía. Entonces supimos que todo había empezado, ya sabíamos que se estaba volviendo viejo y que era normal.
III
Esa noche de mayo era un martes y yo regresaba de mi clase de baile. Estaba yo preparando la cena cuando entró mi mamá a decirme que iba a ir a casa de mis abuelitos para ver a Brandy por que este estaba en medio del jardín mojándose y no se quería mover. En ese momento me apresuré a terminar y fui directo a casa de mis abuelos. Ahí estaban mi mamá, mi abuelita y mi abuelito. Brandy estaba en el centro, en una cama de periódicos, que le habían preparado de emergencia cuando lo trajeron cargando desde el jardín, y arropado con una cobija roja. Su pelo estaba mojado y frio, pero sus ojos estaban abiertos, casi lloraban. Dice mi abuelita que esa mañana el se despidió de la tierra cuando se acostó debajo de la araucaria del jardín (cosa que nunca hacia), ahí está enterrado nuestro amigo el Buster, un pastor alemán, dice mi abuelita que Buster lo estaba “llamando”.
Estoy convencida de que Brandy fue muy feliz hasta el último día de su vida. También se que ese día mi mejor amigo se fue en cuerpo, pero su alma está entre nosotros y nos cuida y observa cada día. Brandy fue grande, nunca agredió a nadie ni tampoco lastimo, en cambio nos acompañó cada día y nos demostró día con día su cariño. Gracias amigo mío por haber compartido tu felicidad conmigo.
sábado, 7 de noviembre de 2009
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