domingo, 8 de noviembre de 2009

Caminos de la vida (María Fernanda Suárez, 21)



Desesperada la madre de los cinco chiquillos corrió hacia aquel baúl donde se encontraban todas sus pertenencias y papeles, tomo lo que consideraba era esencial para vivir. Salió de la casa, entro en un pánico indescriptible. Ya venían, se acercaban, tenían que salir de la hacienda lo antes posible. Ya estaba todo listo y estaban por marcharse. Tuvo un mal presentimiento, cuando recordó uno de los niños seguía adentro, Jesús de tan solo 2 años. El pánico regreso, le encargo a una de las criadas a los otros cuatro niños. Corrió, al entrar al cuarto de la criatura ya no podía más y sin tener las intenciones de hacerlo tiro una de las lámparas de alcohol. La llama del fuego empezó a propagarse por todo el lugar.

Todo empezó en la época de la Revolución Mexicana. Aproximadamente en 1910, hubo una rebelión contra la dictadura de Porfirio Díaz, quien llevaba más 30 años en el poder.

Don Porfirio Díaz había llamado al esposo de Emilia y padre de los cinco chamacos (Evaristo, Nacha, Emilia, Jesús, y Celso). Porfirio le había pidió que señor llegara lo antes posible. El señor de la casa ya tenía a donde mandar a su única familia, el tubo que dejarlos confiando en que saldrían a salvo de la hacienda. Vivían en una hacienda preciosa, llena de encantos. Pero tenían que salir lo antes posible de ahí porque en cualquier momento llegaban los revolucionarios. Ellos eran capaces de todo; saqueaban, mataban e incluso abusaban de las indefensas mujeres con las que se topaban.

El incendio que provoco Doña Emilia devoro a la hacienda completa. El bebe Jesús se ahogo en las flamas al instante, no logro salir. Sin embargo su madre salió ardiendo en llamas sus otros hijos la vieron morir. La vieron agonizar por más de una hora, vieron el dolor en su mirada, vieron su sufrimiento.

Los cuatro niños que quedaron solos, entre el fuego, las prisas y la desesperación porque los revolucionarios podían llegar en cualquier momento. Fueron directamente hacia el tren que los iba a sacar de ese infierno. Al llegar al tren únicamente estaban Emilia con doce años, Nacha con siete y Evaristo con trece casi catorce. Lamentablemente entre las prisas olvidaron a su hermano mas pequeño, Celso que tenia únicamente 2 meses recién cumplidos. Cuando se percataron de lo sucedido ya era muy tarde pus el tren ya estaba en marcha. Y no había mucho que tres chamacos pudieran hacer. El bebe se había quedado en las manos de una de las criadas. A partir de ese momento sus vidas dieron un giro de 180°. Tendrían que continuar su camino.

Pasaron días después de ese terrible acontecimiento donde habían perdido a su madre y a su hermano Jesús en las llamas de la hacienda, a su otro hermano Evaristo entre la desesperación. Y su padre estaba ausente por asuntos importantes del país. Los niños estaban devastados, deshechos, destrozados por dentro. No podían creer lo que les había sucedido en tan solo unos cuantos días.

Pasaron días y más días, semanas. Tenían que superarlo, no tenían otra opción más que vivir con ello. Pasó un mes y no sabían nada de su hermano pequeño, estaba extraviado. Sabían que su padre seguía vivo pero aun no sabían que había sido de él. Pasaron los meses y ya se había hacho a la idea de que su hermano perdido no iba a regresar. Pero en ningún momento lo dejaban de extrañar.

El padre de los chicos trato de rencontrarse con los hijos que todavía tenía lo antes posible. Al llegar y no ver a su familia completa, no sabía si le dolía más su esposa muerta y uno de sus hijos murtos o uno de sus hijos perdidos.

Pasaron más meses y mas hasta que se convirtieron en un año. Ellos seguían sus vidas con tristeza, lamentos y pena, pero tenían que seguir adelante. Pasaron más años y siguieron sus vidas, tratando de olvidar aquel pasado.

Las dos niñas de convirtieron en señoritas elegantes y refinadas tal como lo era su madre. El muchacho Evaristo se convirtió en todo un caballero educado y encantador.

Era un día soleado, un día cualquiera para Nacha y Emilia. Iban a salir del estado para visitar a otros familiares, algo que era muy común para ellas. Las dos damas llegaron antes a la estación del tren como era de costumbre, para unas chicas muy puntuales. Se sentaron en una de las bancas de la estación para esperar el tren que las llevaría a su destino. Ellas no hablaban, ni chismoseaban nada entre ellas, eran el tipo de personas que les gusta contemplar la belleza de las cosas. Observar la gente moverse, observar sus caras, sus gestos. La estación no estaba muy llena, en eso Emilia fijo su mirada en una señora, le parcia una cara conocida pero la ignoro, al acercarse más la señora volvió a llamar la atención su cara, esas expresiones las conocía, pero no sabía quien era. Le pregunto a su hermana –Nacha, ¿Quién es aquella señora?-. Ella volteo su mirada discretamente para ver, no lo podía creer, era la criada que se había llevado a su hermano. No le respondió a Emilia y corrió velozmente hacia aquella señora. Emilia no sabía que estaba pasando, pero fue detrás de su hermana persiguiendo a la señora. Al alcanzarla escucho que le preguntaba a la señora -¿Ignacia, eres tú?- . Tanto la señora como las muchachitas y un chavillo que iba con ella se quedaron sorprendidos. La señora no tuvo otra salida. Después de tanto tiempo separados los hermanos de encontraron.

No volvió a ser igual ya que Emilia, Nacha y Evaristo eran personas muy propias y educadas. En cambio Celso era un muchachito, educado pero no con las mismas costumbres. El usaba vaqueros y un sombrero charro nunca le podía faltar. Tenía un acento del norte del país y estaba acostumbrado a decir mala palabras. Las cosas hubieran sido muy diferentes si la criada no se hubiera llevado al chiquillo, pero recuerden que él hubiera no existe.

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