jueves, 12 de noviembre de 2009

Una dolorosa confesión (Jorge Aguilar 23)

Un buen día llegó la hora de mi partida, una vida pasada que acababa de vivir, un mundo maravilloso en el que yo viví pero no tan bello para mi. Yo soy Pedro, tengo 67 años y soy de Buenos Aires, Argentina y quiero confesar cómo fue que cometí el peor error de mi vida.


Hace dos semanas me separé de mi esposa llamada María, ella es drogadicta, por lo cual, yo tenia muchos problemas y no podía aguantarlos más. Maria mi esposa reaccionó a la noticia de nuestro divorcio no de una manera muy buena, sino egoísta y mal comprendida; me juraba que me amaba y no podía abandonarla, pero no podía dejar de drogarse. No entendió que yo ya estaba harto de tener que vivir la misma noche todos los días cuando ella siempre llegaba drogada a la casa y no podíamos comunicarnos, ni tratar de hacer el amor.

Porque todas y cada una de mis noches después de varios días de casarme con ella eran así como se las voy a contar: llegaba drogada de un callejón oscuro, con los ojos rojos, perdía el conocimiento y no sabia quien era yo, ella reía y me decía “te amo” pero yo no podía expresar el amor que sentía al principio cuando me enamoré de ella, porque en aquel entonces yo no sabía que tenía ese problema. Y eso se convirtió en una pesadilla que tenía que aguantar todas las noches cuando llegaba a casa y además yo llegaba cansado del trabajo y debía pasar cada día, el mismo sufrimiento que he pasado por 30 años hasta sentirme totalmente agotado.

En muchas ocasiones yo había tratado de ayudarla y llevarla a centros de rehabilitación pero todo fue inútil porque ella no quería ir, pues le gustaba la droga porque decía que era la única forma de sentirse muy bien y estar contenta con la vida.

Con ese problema encima desaté mi alcoholismo, porque cansado de toda esa pesadilla, decidí beber y beber hasta llegar a casa en las mismas condiciones que ella, y tengo que decir que si bien ya no sufría por su drogadicción, aquellas noches se convirtieron, no en una pesadilla, sino en un verdadero infierno.

Confieso que fue un grande error el tratar de superar mi sufrimiento con el alcohol, pero cuando me di cuenta de eso, un buen día decidí rehabilitarme y fue en ese momento cuando me convencí hace apenas dos semanas que la única forma de arreglar mi vida, era divorciarme de ella y dejar el alcohol, esto es lo que debería haberlo hecho muchos años antes, en lugar de tratar de no sentir sufrimiento con la bebida o tener que aguantarla tantos años.

Pero hoy a mis 67 años, he comprendido por fin, que ni la droga ni el alcohol nos pueden ayudar para soportar ni el sufrimiento ni el dolor, sino al contrario, al mismo tiempo que arruinamos nuestra salud, se pierden el sentido de la voluntad, de la responsabilidad y sobretodo afecta a nuestra inteligencia lo que nos puede llevar hasta la locura.

Esta historia de mi vida es pues, una dolorosa confesión, pero también es una llamada de atención a reflexionar sobre las drogas y el alcohol, pues no le deseaba a nadie el infierno que yo viví.

Sin embargo, tiempo después de divorciarme sentí que extrañaba mucho a mi esposa, a pesar de lo sufrido, y como todavía la amaba decidí buscarla de nuevo y lo peor fue que al tratar de recuperarla, me uní con ella en la drogadicción, pensando que de esa forma nos entenderíamos mejor.

Mis errores no terminan allí, porque tiempo después, por culpa de la droga, yo ya no estaba consciente de lo que hacía y un buen día mientras me estaba drogando, mi sobrino Mateo, al que quiero mucho, me pidió que lo dejara probar y yo acepté, sin pensar que podía volverse adicto y que además era menor de edad.

Lo terrible de mi conducta fue que desde aquel día, me buscaba más seguido para que le diera la droga y nos hacía parecer muy amigos, pero yo lo estaba destruyendo con mi imprudente conducta y mi falta de responsabilidad. Tan fue así, que hace apenas 2 días, mi pobre sobrino Mateo, salió de mi casa drogado y en la misma esquina fue atropellado por un coche. Corrí desesperado tras la ambulancia que lo llevó al hospital y me dijeron que estaba muy grave, así que no me moví de allí para saber si podía sobrevivir.

Fueron unos días espantosos porque el dolor, el pecado y la angustia de saberme culpable, además de ver a mi hermano, el papá de Mateo desesperado y triste, culpándome con toda la razón, de toda esa desgracia, me hicieron de nuevo recapacitar, pero esta vez era tan fuerte mi dolor que decidí acercarme a Dios y le pedí de todo corazón que salvara a mi sobrino.

Pasaron 3 días, pero Mateo seguía grave, entonces fui de nuevo a la iglesia, pero esta vez le pedí a Dios, que me perdonara por toda una vida llena de errores y faltas y sobre todo por haber llevado a mi sobrino a caer en lo mismo que yo había caído dos veces. A pesar de mis grandes pecados, yo le dije a Dios, que el amor por mi esposa y mi sobrino, si bien no justificaban mi conducta, eran la prueba de mi locura por haber caído en la droga. Y le supliqué que Él que es un Dios que nos ama tanto, me perdonara y que pensaba que el castigo por mis pecados, era que me llevara a mí en lugar de a ese pobre muchacho, porque Mateo apenas si comenzaba a vivir y tenía toda una vida por delante, en cambio yo ya había vivido demasiado y lo hice muy mal, por lo tanto le rogaba que cambiara mi vida por la de Mateo.

Dios Todopoderoso, escuchó mi ruego y mi arrepentimiento porque en silencio y con amor decidió llevarme a mí en lugar de Mateo.

Desde este lugar donde todo es paz, he visto a Mateo salir del hospital y a su padre abrazarlo con cariño. Me hubiera gustado estar allí para también abrazarlo y pedirle perdón, pero creo que él sabe que yo ofrecí mi vida por la suya y que Dios perdona a todo aquel que se arrepiente de corazón.


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